20 de diciembre de 2005

19 y 20

Hace cuatro años, más o menos a esta hora, yo caminaba por el asfalto de la Avenida Corrientes festejando el escape de De la Rua. Se podía ver los frentes de algunos negocios destrozados, y todavía algunos aprovechaban para llevarse algún recuerdo a sus casas.
Había sido un día increíble. Ese es el adjetivo que mejor lo define.
Había sentido la adrenalina de correr por Diagonal Norte tirándole piedras a la policía montada; había sentido el miedo en la nuca al volver la carga de esos mismos que instantes antes se retiraban; había sufrido el ardor más fuerte que nunca sentí en mis ojos y había agradecido como nunca a alguien que sin pensar por qué me había tendido una mano con unas rodajas de limón; había visto heridos de bala por primera vez en mi vida; había sentido la desilusión con un amigo que en momentos difíciles escondió la cabeza como el avestruz; me había estremecido al sentir la muerte muy de cerca, cuando los rumores me pisaban los talones; me había emocionado mientras los motoqueros giraban alrededor del obelisco agitando una bandera argentina en medio de la gente y la humareda inmanente. El recuerdo es ese, el del humo flotando por doquier.
Y encima, todo había empezado menos de 24 horas antes, cuando en la noche del 19 enfilé para la Plaza de los dos Congresos, porque de la Plaza de Mayo a la gente ya la habían rajado a palos y gases. Me encontré con una multitud cantando cánticos que hacía y hago parcialmente míos, y subí a las escalinatas del Congreso, donde minutos después la policía casi mata a un tipo. Y después lo mismo: corridas, la policía tirando cantidades celestiales de gas lacrimógeno, un encuentro casual con Miguel Bonasso en Avenida Callao y Bartolomé Mitre, y el regreso a casa con la noticia de que Cavallo renunciaba y la sensación de que, efectivamente, al estado de sitio se lo metían en el culo.
Cuando pienso en todo esto desde este aquí y ahora no me arrepiento de lo que hice. Puedo sí, admitir que mi lectura política no fue la más acertada, pero creo que la experiencia que vivimos todos los que estuvimos ahí -tanto el 19 como el 20- fue increíble.
Como no reniego de eso, y tal vez puesto hoy en esa situación haría lo mismo (o mucho más), me parece adecuado recordar una situación con rasgos parecidos, sobre todo en cuanto a la valoración de la acción como herramienta de auto y exo transformación: el mayo francés.
Ahora estoy apurado, pero mañana intentaré subir algunas frases, ideas y exabruptos que surgieron de aquella experiencia novedosa, cuyos ecos todavía resuenan en cualquier acción política que pueda iniciarse desde un claustro estudiantil.

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