10 de marzo de 2010

Ojo con el secreto


1.
Suelo leer en profundidad el Página/12 del domingo a partir del día siguiente, en el subte, mientras voy a trabajar. Esta semana me atrasé porque como el domingo salí temprano de casa sin perspectivas de poder siquiera leer los titulares, le dejé el diario a mi vecino Patricio y lo recuperé recién ayer por la tarde, logré pegarle una ojeada, y pude ver que en el suplemento Radar había una doble página (Triple A – una serie de miradas alrededor de El secreto de sus ojos, la película de Campanella sobre la violencia de los `70 que compite en la categoría Extranjera) destinada a la hoy ganadora del Oscar a la mejor película extranjera, y en ese entonces sólo candidata, El secreto de sus ojos.
2.
Hay tres columnas: una de Horacio González, otra de Gustavo Nielsen, y la última de Alan Pauls.
Horacio González hace un buen análisis -fiel a su estilo de sociólogo, peronista y de izquierda- donde arriesga la hipótesis de que la película intenta un enlace arriesgado: el del crimen pasional como genealogía del crimen político. Compara el filme con el policial negro norteamericano, y marca las diferencias en la resolución de los conflictos entre esta película y la anterior ganadora del Oscar argentina, La historia Oficial.
3.
Fue al leer las otras dos columnas que se empezó a gestar esta entrada (quien no esté interesado en leer mis resúmenes de los artículos y prefiera ir a las fuentes linkeadas más arriba, o ya los haya leído, puede saltear los puntos 4 y 5 y pasar a leer directamente el 6).
4.
De Nielsen no tenía ni idea de quien era hasta googlearlo antes de escribir estas líneas. Su escrito puede resumirse como un elogio a su madre, seguido del regodeo por el elogio que recibe de ella (“Vos podrías haberle puesto un final más acertado”), el relato de un cuento de Guillermo Martínez que puede “...hablar de lo mismo, de la misma historia reciente argentina, pero con la sorpresa de eludirla al final, magistralmente...”.
Después cuenta el desenlace alternativo (que pensó su mamá) en el que Morales, el personaje interpretado por Pablo Rago, aparece como “...un asesino serial de mujeres al que solamente lo impulsa su vicio, su propia animalidad. Al que la historia argentina le importa un pito”.
En el ocaso de su libelo, vuelve a elogiar a su mamá y a criticar cagonamente (porque no puede decirse que sea indirecta, ni solapadamente) a la película sobre la cual parece que le habían pedido que escribiera, pedido que evidentemente este tipo no satisfizo porque quiere mucho a su mamá.
5.
Por su parte, el inefable Alan Pauls, arranca su artículo diciendo que “Lo que llama la atención en ESdsO es su apuesta al anacronismo”, sin explicar en qué funda su afirmación. El uso del verbo impersonal impropio le otorga a la sentencia un aire de axioma, de algo que no necesita ser explicado, cuando se trata de una apreciación subjetiva.
Para Pauls, pareciera que la realidad (y por ello también la ficción) es (o debe ser) sincrónica: en los ´70 los muebles deben ser de los ´70, los peinados deben ser de los ´70, y la ropa debe ser de los ´70. Caso contrario se cae en el anacronismo. Es lo que se desprende del largo tercer párrafo en el que se dedica a hablar de muebles, máquinas de escribir (que para él pertenecen al siglo XIX) y peinados.
En el final de su columna, imputa a Campanella ser el emblema de “la hipótesis “industrialista” que cada tanto se cierne sobre el cine argentino”, que -dice- es “un anacronismo paternalista que el Nuevo Cine Argentino lleva más de una década refutando”.
6.
La re-lectura de estas “notas” (con el sólo fin de escribir estas líneas. Lo digo aunque suene repetitivo) me dió náuseas, algo mucho más fuerte y corpóreo que la perplejidad y la irritación que me causó la primera lectura.
Es que estos tipos tienen la desfachatez de no decir nada pretendiendo hacerse los profundos. No creo que Aristarco hiciera este tipo de cosas (que no pueden ni por asomo ser llamadas críticas cinematográficas).
Son el claro exponente en el campo intelectual de cierto “progresismo” y de cierta izquierda de clase media que no sabe bien que es lo que quiere, pero que siempre prefiere criticar. Y mucho más critica todo aquello que sea popular. Además, noto con cierto asombro, que al igual que buena parte de la oposición de hoy, se queda en la crítica de las formas sin decir nada sobre el fondo.
Como lo afirma el propio Nielsen, se cagan en la historia argentina, la eluden, porque el personaje que les cabe es el de Poncio Pilatos, que siempre se ha lavado las manos después de que el pueblo se levantara contra el oscurantismo de los sumos sacerdotes.
Un fenómeno popular como lo es esta película merece que quienes pueden hacerlo (me refiero a los intelectuales) profundicen en la interpretación de los muchísimos mensajes que la película envía a quien la observa como individuo y como parte de nuestra sociedad, o en todo caso buscar las razones de la popularidad, y no que se empiecen a tejer ucronías, a imputar representaciones, y a enfrentar agonalmente al fenómeno popular con ciertas expresiones de elite.






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