8 de agosto de 2005

Quase um segundo

Buenos Aires, Miércoles 3 de agosto de 2005, 17.45 PM.
La Ciudad y yo apuradísimos. Ella, como siempre, yo, porque estaba llegando tarde. Como siempre.
Nunca ando en auto por el centro de la ciudad un día de semana, pero ese día había tenido algunas cosas que hacer para las cuales necesitaba al cuadrúpedo metálico, así que en eso andaba.
Voy por Arenales, cuando al dar la vueltita esa que pega la calle gracias a la locura del trazado de esta urbe en Uriburu, lo veo.
Ahí estaba. Enorme. Como nunca lo había visto. Juro que nunca lo había visto así.
Colgando su corpulenta redondez de quién sabe que cuerda estelar. Colándose justito justito en el hueco que dejaban los edificios al dar paso a la calle.
Después de un rato empecé a escuchar los bocinazos, las puteadas de los tacheros, las aceleradas frenéticas, a notar a la gente que caminaba por las veredas, que me miraba azorada.
Puse primera y salí, con una de mis mejores sonrisas de los últimos tiempos y las pupilas llenas de luz.


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