9 de agosto de 2005

Encuentros cercanos del peor tipo

Un post de Naty, me hizo recordar esta anécdota:

La conocí de manera particular. Cursaba una de mis últimas materias en la facultad y por razones que no viene al caso detallar aquí, lo hacía con la que hasta algunos meses atrás era mi novia. Se dio la casualidad de que nos cruzáramos en algunas otras oportunidades fuera de la facultad, y que además ella cursaba otra materia junto con mi ex, lo cual la acercó a mí y permitió que intercambiásemos pareceres y miradas.
Debo decir -aquí sí- que F. me resultó muy atractiva. Ojos grises, pelirroja (después me enteraría de que no era su color natural, lo cual confirmó que le quedaba muy bien y alguna otra cosa más), un cuerpazo, hincha de Boca, y dos cualidades para mi importantísimas: la de llamar la atención apenas entra en cualquier lado, y ese dejo de melancolía en el rostro que me atrae particularmente. Incluso hoy día, después de un año de aquella experiencia, recuerdo más sus maneras, sus miradas, y algunas palabras, que su cuerpo. Lo cual habla de la nobleza de mis sentimientos hacia ella. Nobleza de la cual creo, ella nunca supo o quiso saber.
El hecho es que estábamos llegando al final de la materia y yo no había intentado ningún acercamiento. Tanto se acercaba el final que llegó el día del segundo parcial y yo, nada. Yo ya había arreglado con mi ex (gran error), que ese día después del parcial iríamos a tomar un café para charlar (lo cual no quitaba mis ganas de acostarme con ella). De los tres -por la inicial del apellido- yo rendía primero, después (bastante después) le tocaba a F., y después a M.
Cuando salí me senté en un banco al lado de la puerta del aula y pensé: si no hago algo hoy, ya está, fué.
F. Salió del aula y me pareció que no me había visto sentado en el banco. Caminaba con sus piernas largas hacía el otro lado del pasillo. Como en la Facultad de Derecho los pasillos forman un cuadrado, me levanté y salí corriendo a dar la vuelta para el otro lado, no fuera a ser que se me escapara. Al verla, en el vértice opuesto al del aula donde tomaban exámen, bajé la velocidad, el ritmo de mi respiración, e hice de cuenta que nos habíamos cruzado de casualidad. Creo que no hablamos mucho hasta que de la nada le pedí el teléfono. Sabía que no podía invitarla a tomar algo porque ya me había comprometido con M.
“Pero vos tenés novia” me dijo. Le repetí –porque creo que ya se lo había dicho- que no éramos novios aunque –admití- la situación pareciera un poco bizarra. Finalmente aceptó darme el teléfono y se fue.
Ahora viene la anécdota: M. terminó enseguida y a mí no se me ocurrió que pudiera llegar a pasar lo que pasó: al ir a cruzar la avenida Pueyrredón junto con mi ex, la veo a F. en la parada del colectivo que está enfrente, mirándome. Todavía recuerdo su cara y mi sonrisa.
La llamé alguna vez después de eso, y se me ocurrió que una buena manera de acercarme a ella de forma natural sería verla el día que firmaban las libretas (aunque yo nunca en mi vida hice firmar mi libreta).
Eso fue un jueves. La encontré en la facultad, y le dije “oh, que casualidad, yo nunca hago firmar la libreta pero hoy andaba por acá...(¿?)” y la invité a tomar algo. Todo muy natural, pero el hecho importante es que nos quedamos en un café charlando (¡yo no comí nada!) como hasta las once de la noche.
Me ofrecí a acompañarla, pero se negó. Ella vivía en aquel entonces en Banfield.

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