26 de septiembre de 2005

Como Pininfarina

Cuando era chico tenía mucha imaginación, tanta que a veces me paraban el carro. Era un poco delirante, se podría decir. Armaba historias con argumentos inconexos, contaba las películas que veía en el cine escena por escena. Me importaba un bledo el argumento.
Desafortunadamente nací en una familia (incluir aquí, a la muy cercana y a la no tanto) en la que no estaba bien visto ser tan imaginativo. El año en que nací, la época en que me tocó crecer en mis primeros años, tampoco fueron los indicados para ser un niño "imaginativo". Una lástima.
Entre ellos -mi familia-, la educación formal, y mis demás circunstancias, lograron que fuera lo que hoy soy: un mediocre profesional, un mediocre tentativo-pensador, un mediocre actor, un mediocre amigo, y un mediocre amigo-pareja-amante.
Ya sé que los de afuera no lo ven así, y que algunos hasta piensan que soy un buen profesional, que tengo buenas ideas y que sé expresarlas, que actúo bien para la poca experiencia que tengo, que soy buen amigo y que mi chica me ama como a nadie en el mundo (lo cual es verdad, y yo la amo a ella de la misma manera).
Pero mi sensación es que todo lo hago a media máquina: trabajo a media máquina, pienso y escribo a media máquina, actúo a media máquina, quiero y amo a media máquina. Y lo peor de todo es que en lo más profundo de mi ser siento que el terreno que perdí no puedo recuperarlo, y a veces llego hasta a pensar en matarme.
Como en todo, en eso también soy mediocre, así que nunca lo puse en práctica.
Tal como dije antes (no sé cuando, pero lo dije), la realidad no es ésta. No está ni tan allá, ni tan acá.
La única manera de probar que lo que digo no es así, es empezar a meterle con todo: laburar hasta que no dé más, escribir hasta que me ardan las pestañas, actuar dejando siempre hasta la última gota de mí, amar como si todo fuera a terminarse mañana, pero no sé si entonces estaré satisfecho.
Dibujaba autos, muchos, cientos de miles de autos. Quería ser diseñador, como Pininfarina.

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