Un extracto de "La Tierra Purpúrea", de William H. Hudson.
Lo traigo a colación porque Hudson era rosista y, como se ve en este párrafo bastante antirrepublicano, podría decirse -parafraseando a mis amigos de UDP- que, un día como hoy pero ayer, ya en el siglo XIX había ingleses que se hacían peronistas:
"¡Oh, civilización! Con tus millares de reglas convencionales, tus marchitas gazmoñerías de alma y cuerpo, la hueca educación de los niños, la concurrencia a la iglesia con las mejores ropas de visitas, el ansia antinatural de limpieza, luchando afiebradamente por comodidades que no dan consuelo al corazón, ¿eres acaso un error completo? Candelaria y aquel genial que huyó de ti, John Carrickfergus, me hacen pensarlo. ¡Ah, sí! Todos buscamos inútilmente la felicidad siguiendo un camino equivocado. La tuvimos y fue nuestra en un tiempo, pero la despreciamos porque era solamente la antigua y común felicidad que la Naturaleza brinda a todas sus criaturas, y nos alejamos de ella en busca de otra felicidad mayor, la que un soñador -Bacón u otro- aseguró que encontraríamos. No teníamos más que conquistar la Naturaleza, descubrir sus secretos, hacerla nuestra esclava obediente, y entonces la Tierra sería un Edén, todo hombre un Adán y cada mujer una Eva. Todavía seguimos valerosamente adelante, conquistando la Naturaleza, pero ¡qué cansados y tristes nos estamos sintiendo! El viejo gusto por la vida y la alegría del corazón se han desvanecido, a pesar de que a veces detenemos por un instante nuestra marcha forzada para observar los esfuerzos de algún pálido mecánico en busca del movimiento continuo, y entonces, a sus expensas, nos permitimos una corta, seca y burlona risa."
Lo traigo a colación porque Hudson era rosista y, como se ve en este párrafo bastante antirrepublicano, podría decirse -parafraseando a mis amigos de UDP- que, un día como hoy pero ayer, ya en el siglo XIX había ingleses que se hacían peronistas:
"¡Oh, civilización! Con tus millares de reglas convencionales, tus marchitas gazmoñerías de alma y cuerpo, la hueca educación de los niños, la concurrencia a la iglesia con las mejores ropas de visitas, el ansia antinatural de limpieza, luchando afiebradamente por comodidades que no dan consuelo al corazón, ¿eres acaso un error completo? Candelaria y aquel genial que huyó de ti, John Carrickfergus, me hacen pensarlo. ¡Ah, sí! Todos buscamos inútilmente la felicidad siguiendo un camino equivocado. La tuvimos y fue nuestra en un tiempo, pero la despreciamos porque era solamente la antigua y común felicidad que la Naturaleza brinda a todas sus criaturas, y nos alejamos de ella en busca de otra felicidad mayor, la que un soñador -Bacón u otro- aseguró que encontraríamos. No teníamos más que conquistar la Naturaleza, descubrir sus secretos, hacerla nuestra esclava obediente, y entonces la Tierra sería un Edén, todo hombre un Adán y cada mujer una Eva. Todavía seguimos valerosamente adelante, conquistando la Naturaleza, pero ¡qué cansados y tristes nos estamos sintiendo! El viejo gusto por la vida y la alegría del corazón se han desvanecido, a pesar de que a veces detenemos por un instante nuestra marcha forzada para observar los esfuerzos de algún pálido mecánico en busca del movimiento continuo, y entonces, a sus expensas, nos permitimos una corta, seca y burlona risa."
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