1.
Suelo leer en profundidad el Página/12
del domingo a partir del día siguiente, en el subte, mientras voy a
trabajar. Esta semana me atrasé porque como el domingo salí
temprano de casa sin perspectivas de poder siquiera leer los
titulares, le dejé el diario a mi vecino Patricio
y lo recuperé recién ayer por la tarde, logré pegarle una ojeada,
y pude ver que en el suplemento Radar
había una doble página (Triple A – una serie de miradas alrededor
de El secreto de sus ojos, la película de Campanella sobre la
violencia de los `70 que compite en la categoría Extranjera)
destinada a la hoy ganadora del Oscar
a la mejor película extranjera, y en ese entonces sólo candidata,
El secreto de sus ojos.
2.
Horacio González hace un buen análisis -fiel a su estilo de
sociólogo, peronista y de izquierda- donde arriesga la hipótesis de
que la película intenta un enlace arriesgado: el del crimen pasional
como genealogía del crimen político. Compara el filme con el
policial negro norteamericano, y marca las diferencias en la
resolución de los conflictos entre esta película y la anterior
ganadora del Oscar argentina, La
historia Oficial.
3.
Fue al leer las otras dos columnas que se empezó a gestar esta
entrada (quien no esté interesado en leer mis resúmenes de los
artículos y prefiera ir a las fuentes linkeadas más arriba, o ya
los haya leído, puede saltear los puntos 4 y 5 y pasar a leer directamente el 6).
4.
De Nielsen no tenía ni idea de quien era hasta googlearlo antes de
escribir estas líneas. Su escrito puede resumirse como un elogio a
su madre, seguido del regodeo por el elogio que recibe de ella (“Vos
podrías haberle puesto un final más acertado”), el relato de un
cuento de Guillermo
Martínez que puede “...hablar de lo mismo, de la misma
historia reciente argentina, pero con la sorpresa de eludirla al
final, magistralmente...”.
Después cuenta el desenlace alternativo (que pensó su mamá) en el
que Morales, el personaje interpretado por Pablo
Rago, aparece como “...un asesino serial de mujeres al que
solamente lo impulsa su vicio, su propia animalidad. Al que la
historia argentina le importa un pito”.
En el ocaso de su libelo, vuelve a elogiar a su mamá y a criticar
cagonamente (porque no puede decirse que sea indirecta, ni
solapadamente) a la película sobre la cual parece que le habían
pedido que escribiera, pedido que evidentemente este tipo no
satisfizo porque quiere mucho a su mamá.
5.
Por su parte, el inefable
Alan Pauls,
arranca su artículo diciendo que “Lo que llama la atención en
ESdsO es su apuesta al anacronismo”, sin explicar en qué funda su
afirmación. El uso del verbo
impersonal impropio le otorga a la sentencia un aire de axioma,
de algo que no necesita ser explicado, cuando se trata de una
apreciación subjetiva.
Para Pauls, pareciera que la realidad (y por ello también la
ficción) es (o debe ser) sincrónica: en los ´70 los muebles deben
ser de los ´70, los peinados deben ser de los ´70, y la ropa debe
ser de los ´70. Caso contrario se cae en el anacronismo. Es lo que
se desprende del largo tercer párrafo en el que se dedica a hablar
de muebles, máquinas de escribir (que para él pertenecen al siglo
XIX) y peinados.
En el final de su columna, imputa a Campanella ser el emblema de “la
hipótesis “industrialista” que cada tanto se cierne sobre el
cine argentino”, que -dice- es “un anacronismo paternalista que
el Nuevo Cine Argentino lleva más de una década refutando”.
6.
La re-lectura de estas “notas” (con el sólo fin de escribir
estas líneas. Lo digo aunque suene repetitivo) me dió náuseas,
algo mucho más fuerte y corpóreo que la perplejidad y la irritación
que me causó la primera lectura.
Es que estos tipos tienen la desfachatez de no decir nada
pretendiendo hacerse los profundos. No creo que Aristarco
hiciera este tipo de cosas (que no pueden ni por asomo ser llamadas
críticas cinematográficas).
Son el claro exponente en el campo intelectual de cierto
“progresismo” y de cierta izquierda de clase media que no sabe
bien que es lo que quiere, pero que siempre prefiere criticar. Y
mucho más critica todo aquello que sea popular. Además, noto con
cierto asombro, que al igual que buena parte de la oposición de
hoy, se queda en la crítica de las formas sin decir nada sobre el
fondo.
Como lo afirma el propio Nielsen, se cagan en la historia argentina,
la eluden, porque el personaje que les cabe es el de Poncio
Pilatos, que siempre se ha lavado las manos después de que el
pueblo se levantara contra el oscurantismo de los sumos sacerdotes.
Un fenómeno popular como lo es esta película merece que quienes
pueden hacerlo (me refiero a los intelectuales) profundicen en la
interpretación de los muchísimos mensajes que la película envía a
quien la observa como individuo y como parte de nuestra sociedad, o
en todo caso buscar las razones de la popularidad, y no que se
empiecen a tejer ucronías, a imputar representaciones, y a enfrentar
agonalmente al fenómeno popular con ciertas expresiones de elite.